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Educación Financiera y Fiscal con Perspectiva de Género para Prevenir la Violencia Económica

  • Foto del escritor: MONICA RAYA
    MONICA RAYA
  • 13 oct
  • 4 Min. de lectura

Hablar de dinero y hablar de impuestos es hablar de poder. En un país donde la desigualdad económica tiene rostro de mujer, la educación financiera y fiscal con perspectiva de género se vuelve una herramienta de emancipación. La violencia económica —reconocida en el artículo 6, fracción IV, de la Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia— se manifiesta cuando se impide a las mujeres trabajar, acceder a sus ingresos, administrar sus bienes o participar en las decisiones económicas que afectan su vida.

Esta forma de violencia no siempre deja marcas visibles, pero limita proyectos, apaga sueños y perpetúa la dependencia. Por eso, enseñar finanzas a las mujeres no basta: es indispensable enseñarles también a entender el sistema fiscal, a firmar, declarar, registrar y reclamar sus derechos patrimoniales. La autonomía económica no se decreta; se construye con conocimiento, legalidad y conciencia.


El patriarcado y la desigualdad económica


Como explica Celia Amorós, el patriarcado es un sistema que se transforma para sobrevivir. En el terreno económico, adopta rostros modernos: brechas salariales, exclusión del crédito, cargas desiguales de trabajo doméstico y falta de representación en decisiones empresariales. Graciela Hierro señalaba que a las mujeres se les educó para administrar la escasez, no para crear riqueza, y esa idea sigue viva cuando se nos enseña a “rendir el gasto” en lugar de “planear inversiones”.

El control económico también se ejerce desde la cultura fiscal. Es común que mujeres empresarias operen bajo el RFC o razón social de su pareja “por confianza”, que desconozcan el uso de su e.firma o que sean excluidas del acceso al buzón tributario. Estas prácticas, aparentemente inocentes, tienen un costo alto: cuando no se tiene identidad fiscal propia, no se puede demostrar ingreso, patrimonio ni participación real en un negocio. La invisibilidad financiera se traduce en vulnerabilidad jurídica.

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Educación financiera con perspectiva de género

La educación financiera tradicional enseña a ahorrar, invertir y presupuestar. La educación financiera feminista, en cambio, enseña a cuestionar el sistema, a reconocer las desigualdades que moldean la relación con el dinero y a reapropiarse de los espacios económicos. Como dice Marcela Lagarde, el empoderamiento implica acceder a recursos materiales, intelectuales y humanos; y Srilatha Batliwala recuerda que el poder no se posee, se ejerce.

Desde esta mirada, una mujer que comprende el funcionamiento del SAT, conoce su régimen fiscal, emite sus comprobantes y declara sus ingresos, no solo cumple con la ley: conquista autonomía. Cada factura emitida con su propia firma digital es un acto de libertad económica. Saber interpretar un CFDI, clasificar un gasto o presentar una declaración no es un tecnicismo, es una herramienta de defensa frente a la violencia económica.


La fiscalidad como herramienta de autonomía

El sistema tributario, lejos de ser un tema ajeno al feminismo, puede ser un instrumento de justicia. La formalización fiscal otorga derechos: acceso al crédito, protección legal, historial financiero y seguridad jurídica. Una empresaria o profesionista que tributa a su nombre se protege ante abusos patrimoniales, separaciones, divorcios o conflictos societarios.

En cambio, la falta de conocimiento fiscal genera dependencia. Cuando otra persona controla la contabilidad, el buzón tributario o la contraseña del SAT, controla también las decisiones económicas. La violencia económica se actualiza cuando se obliga a una mujer a firmar documentos sin saber su alcance, se usan sus datos para emitir facturas falsas o se le impide disponer de recursos propios bajo pretextos administrativos.

El enfoque fiscal con perspectiva de género debe enseñarse como una forma de prevención: resguardar la e.firma, revisar los contratos electrónicos, exigir participación en cuentas y registros, y comprender que la firma digital equivale legalmente a la firma autógrafa según el artículo 17-D del Código Fiscal de la Federación y la NOM-151. La contabilidad, en este sentido, se vuelve una evidencia probatoria y una herramienta de protección patrimonial.


Educación y cultura fiscal como prevención de violencia

Prevenir la violencia económica requiere transformar la educación. No basta con enseñar a las niñas a ahorrar, sino a comprender el valor de su trabajo y la importancia de su independencia. En los hogares, debe hablarse de dinero sin tabúes, reconociendo que las mujeres no son “ayuda”, sino generadoras de valor.

En las empresas, la formación financiera y fiscal con enfoque de género debe promover que las mujeres participen en decisiones presupuestales, asuman cargos directivos y conozcan los instrumentos fiscales que protegen su patrimonio. Las instituciones públicas, por su parte, deben incorporar la alfabetización tributaria en los programas de empoderamiento económico y vincularla con los mecanismos de justicia fiscal y laboral.

La violencia económica no se erradica solo con leyes, sino con educación. Cuando una mujer entiende la relación entre su declaración anual, su cuenta bancaria y su poder de decisión, deja de ser dependiente. La autonomía fiscal es también una forma de libertad emocional y política.



El dinero y los impuestos son lenguajes de poder, y aprender a hablarlos en femenino es un acto político. La educación financiera y fiscal con perspectiva de género no busca solo que las mujeres ganen más, sino que comprendan, decidan y controlen su propio destino económico.

Marcela Lagarde afirma que el feminismo es una ética de la libertad; esa libertad empieza cuando una mujer sabe cuánto vale su trabajo y cómo protegerlo legalmente. Prevenir la violencia económica requiere transformar la manera en que enseñamos finanzas, contabilidad y derecho tributario: con conciencia, con lenguaje claro y con la convicción de que la justicia fiscal también es justicia de género.

Cada peso que una mujer gana, declara y administra por sí misma es una victoria contra el patriarcado. Y cada declaración presentada con su nombre es una afirmación silenciosa pero poderosa: soy libre, soy dueña de mi historia y de mis números.

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